La primera vez que Alexander me comentó que había escrito una novela me sorprendió; de todos nosotros él era del que menos lo esperaba. “¿Una novela?” “Sí. Una novela anarco-costumbrista-futurista”. Me comentó que no la había escrito para gustar a nadie, sino para representar una forma de vida, el reflejo de años trabajando en servicios informáticos para departamentos de empresas multinacionales, antes de lanzarse como autónomo al diseño metalúrgico para la confección de sellos de lacre y otros enseres.

Tuve la oportunidad de leerla una primera vez y al poco descubrí a qué se refería. Alexander, con quien en alguna ocasión habíamos disfrutado de unas vacaciones en Fórnols, pueblo del Matarranya y lugar de nacimiento de otro escritor, Braulio Foz, había escrito, o mejor, transcrito el lenguaje de los departamentos de informática, su jerga ininteligible, y el machismo inherente en una profesión (real me asegura él) que hace al menos unos veinte años, cuando íbamos a la universidad pública, era mayoritariamente masculina. De ahí lo de costumbrista, como un Foz en el siglo XXI.

Pero la novela no trata únicamente de “los informáticos”. Es el contexto en el que se desarrolla una trama de intriga internacional, descrita en un estilo lacónico no muy alejado del de Pío Baroja, más centrado en los gestos y expresiones sutiles que en el psicologismo. A veces, la voz del narrador se asoma en la historia para posicionarnos, otras veces, son los personajes quienes con su conducta expresan la crueldad descarnada de las relaciones y las jerarquías entre mandos y empleados.

El mundo que describe Alexander se ambienta en un futuro cercano, distópico, probablemente una ucronía, que le sirve de marco para pintar los excesos que nos deparará la sociedad actual. Un mundo superpoblado donde el anarcocapitalismo controla el orden social y cuanto más elevado en la jerarquía más inútil se es; donde el mundo se reparte en pocas áreas de influencia corporativa y “las colonias”, areas caóticas gobernadas por los despojos de la democracia; donde la Iglesia, apartada del poder corporativo, intenta mantener el control sobre las masas.

Pero dicho esto, Joao Cruelles, VR Consultor, no es una novela social. Está más cercana a una novela negra, o de intriga donde el personaje va asumiendo la soledad inherente de un mundo despiadado donde se rompen los arraigos hacia los lugares y las personas, hasta que, finalmente, se debe elegir entre someterse o rebelarse como individuo, con la desconfianza y la violencia como únicos medios de supervivencia.

                                                                                                                                                                                             Ferran Escrig

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